
El descubrimiento de los antibióticos -en sucesivas "generaciones" desde la penicilina en adelante, o sea desde los años 1940- casi hizo desaparecer las enfermedades infecciosas del panorama mundial. Una de las más graves -la viruela- había sido una de las principales herramientas de la "limpieza étnica" de América por los europeos (generalmente de modo involuntario, pero también usando la enfermedad como arma biológica a plena conciencia). Pero mediante la vacunación generalizada desde 1800 se logró eliminar su incidencia por completo, hasta declararla extinta después del último caso registrado en Somalia en 1977. La temida peste bubónica, que diezmó a la población europea en varias ocasiones en la Edad Media, ha desaparecido; la lepra -maldición bíblica- ha perdido gran parte de su fama discriminatoria; la tuberculosis desapareció de las clases altas y perdió gran parte de su distinción para reaparecer ahora con nueva virulencia entre los pobres.
De modo que las principales causas de muerte en los países desarrollados pasaron a ser las enfermedades degenerativas: las cardiovasculares y el cáncer. En los países pobres, por supuesto, las infecciosas siguen dominando, por lejos. Particularmente dos: el sida y el hambre; además de la guerra, que completa el conjunto de los jinetes del Apocalipsis. Se habla poco de esas plagas mundiales cuando aparece una muy publicitada "pandemia". Como la actual, la gripe porcina.
En los últimos años se han producido varias "pandemias" -epidemias mundiales- que han generado mucho más miedo y daños económicos que lo que justificaba su importancia real. La que nos "azota" ahora -la gripe porcina, estéticamente llamada A H1N1- produjo unos pocos muertos en el mundo, un derrumbe de la economía mexicana y ataques de histeria por doquier. Un alto funcionario de la OMS dice que un tercio de la humanidad podría contraerla. Obsérvese la forma de expresión: "Podría" y "contraerla". La gente no suele hacer sutiles interpretaciones: empieza por asustarse y -por ejemplo- prohíbe los vuelos a México y deja de comer carne de cerdo. La mortandad de la enfermedad es desconocida pero baja, pero la histeria aumenta por las hipótesis de lo que "podría" ocurrir si la gripe común se combinara con la porcina. Pero si uno lee sin mayor crítica esos datos, uno se imagina un tercio de la especie muriendo de gripe porcina, un holocausto nunca visto en la historia.
No minimicemos la gripe, sin embargo hay antecedentes alarmantes: la "gripe española" de 1918 mató más gente que la Primera Guerra Mundial? pero aún no había defensa alguna contra ella y los pueblos europeos estaban exhaustos y desnutridos por la reciente guerra. Y los que tienen su sistema inmunológico en mal estado, como los ancianos pobres y los niños desnutridos, pueden morir de gripe común: no se necesitan los chanchos para que la gripe común mate a medio millón de personas por año, y nadie grita ¡pandemia!
Sin embargo, hay cosas que no se dicen y que deberían decirse para poner esta "pandemia" (definición arbitraria de la OMS, basada solamente en el número de países en los que se han registrado enfermos) en una perspectiva más general. Hace unos años, era la gripe aviar, que creó la misma ola de histeria pero que sólo costó la vida a unas pocas docenas de personas y a incontables millones de pollos que fueron muertos "por las dudas", así como lo fueron millones de vacunos por unos pocos casos reales de la "vaca loca". No es que quiera minimizar la muerte: todo ser humano debe ser contado, pero pongamos las cosas en una perspectiva más alejada de la histeria como la que se está generando en el mundo con este tema.
La perspectiva que quisiera enfocar tiene dos aspectos: uno es histórico. En el siglo XIX hubo varias epidemias de cólera en Europa. Solamente en una ciudad, Hamburgo, el cólera costó la vida a 10.000 personas. En esa época, casi la mitad de los que contraían la enfermedad moría. Hace unos años hubo un brote de cólera en Perú, que también afectó el NOA y desató, también, una ola de histeria en algunas poblaciones. Aparte del hecho de que es una vergüenza de que gran parte de la población no tenga acceso a agua potable -ya que la transmisión de la infección se produce a través de aguas contaminadas- la tasa de mortalidad no fue superior al 2%. En este caso, el tratamiento es barato: agua y sales. En el 2007 hubo una epidemia de cólera en Irak: otra vergüenza que probablemente cae sobre las espaldas de las tropas ocupantes. Pero sobre 10.000 enfermos hubo sólo 8 muertos, una tasa de mortalidad 400 veces menor que la de la epidemia de Hamburgo.
Frente a esto, mencionemos algunas otras causas de muerte. Dejemos de lado las guerras, cualquiera de las docenas de batallas que asuelan a todos los continentes menos la Antártida. En la Argentina mueren 8.000 personas por accidentes de tránsito, y cruzar una calle es más peligroso que la gripe porcina y se hace sin barbijo. En el 2008 murieron 300.000 personas de malaria. En el 2005, 1.300.000 de tuberculosis. Anualmente, unos 15 millones mueren simplemente de hambre, y de éstos, tres cuartos son niños y nuestro orgulloso país tiene su cuota, aunque las palmas se las lleva África. No se sabe bien cuántas víctimas fatales se deben atribuir al mal de Chagas-Mazza, pero un 5% -dos millones- de compatriotas nuestros está infectado y muchos dejarán de vivir por las consecuencias, aunque nunca se sabrá cuántos, porque mueren, por ejemplo, de endocarditis.
Todas estas hecatombes no alarman a nadie, ni crean histeria y sólo son datos estadísticos. Cuando el sida era una novedad, también se produjo una histeria discriminatoria -hasta que se logró controlar la infección y conseguir "vivir con el HIV"- a un costo que los africanos -siempre los africanos, 15% de los cuales está infectado- no pueden pagar.
El sida es la primera causa de muerte entre los 15 y 60 años de edad. Nadie contó a los niños africanos que quedaron huérfanos por el sida y de los que muchos fallecerán por la misma causa. Cerca de tres millones de muertos resultaron de la infección de HIV el año pasado. Actualmente el síndrome se extiende en Europa oriental. Casi seis millones de infectados dejarán de vivir en un próximo futuro si no son tratados: pero sólo el 10% de ellos tiene acceso al tratamiento, que es excesivamente caro para la mayoría. (1) Pero el sida ya no está de moda.
El mal de Chagas no tiene una vacuna ni un medicamento que lo cure, porque es otra de las enfermedades de la pobreza y los pobres no tienen dinero para financiar a las empresas multinacionales comprando sus productos.
La malaria plantea un problema ecológico interesante. Es una de las enfermedades endémicas en todas las zonas tropicales y avanza en función del cambio climático, como el dengue que se nos viene encima. "La culpa la tiene el mosquito", dijo cierta ministra de Salud provincial que ahora aspira a ser diputada. De todos modos, los malvados mosquitos se pueden combatir con limpieza y "descacharreo", y también con insecticidas; durante la Segunda Guerra Mundial se empleó en gran escala el DDT y la malaria prácticamente desapareció del SE de Asia, donde los estadounidenses combatían con Japón y sus tropas debían lidiar con la malaria. Después, la incidencia de la malaria bajó enormemente, hasta que se descubrió que el DDT y otros insecticidas clorados dejaban residuos ecotóxicos de muy larga vida, y el DDT y sus parientes fueron prohibidos en todo el mundo. Inmediatamente, reapareció la malaria, una de las grandes causas de mortalidad en el trópico. Tiene remedios (tradicionalmente se combate con quinina) y preventivos, pero -una vez más- los pobres del África no tienen con qué comprarlos.
Mientras tanto, las acciones de las grandes empresas transnacionales farmacéuticas suben más en su valor, mientras más muertes haya.
(1) En nuestro honor sea dicho que la Argentina es uno de los pocos países que suministran el tratamiento gratuitamente en los hospitales público
TOMÁS BUCH
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