El tema de la crisis se impone porque, más allá de que el país haya logrado superar la instancia especialmente grave que vivimos apenas unos años atrás, solemos apelar a ella para designar innumerables procesos de cambio, a los que interpretamos como procesos de deterioro cerrándonos la posibilidad de captar en ellos el sentido de un movimiento más amplio, capaz incluso de dar lugar a experiencias nuevas y valiosas.
Una manera habitual y sugestiva de pensar el tema de la crisis es la de exponer el sentido de oportunidad que se esconde tras la sensación de peligro. De esa forma logramos apartar el temor que caracteriza la mayor parte de nuestras aproximaciones al mundo y accedemos a la posibilidad de armar figuras interpretativas más osadas. Sin desestimar la valiosa perspectiva de concebir a las crisis como momentos de oportunidad, pretendo avanzar en otra observación, que expongo a continuación:
Premisa: Las crisis se producen por insistir en afirmar algo que ya no tiene vigencia, que está –como se diría de la leche o de la factura de un servicio- vencido.
Algo está vencido (podemos pensar que en lo está en el doble sentido de la palabra, porque le llegó su fecha de extinción, como dijimos, pero también porque ha sido derrotado por otro elemento más vigente) cuando la experiencia que vehiculizaba ya no es una experiencia real, cuando ya no se elabora nada en ella, y queda más bien como una representación o símbolo vacío. Y lo peor es que, como símbolo, cumple el efectivo pero lamentable rol de representar el temor del cambio, la atadura a un refugio y una seguridad que por más deseable que parezcan ya no son posibles. Muchas cosas que están en crisis, que han perdido vigencia, siguen entonces afirmándose con cierto fanatismo como maneras de intentar detener el tiempo, agravando de esa forma el aporte de parálisis y muerte que toda pérdida de vigencia supone.
Aplicaciones de la idea, ejemplos para explorar su uso:
- una pareja está en crisis cuando pretende seguir siéndolo de manera formal, sin el calor que la fundaba (calor de excitación y calor de intimidad), cuando sus miembros niegan el vencimiento y persisten en el vacío de un sentido ya sólo representado por una unión sin interés, cuando temerosos de lo que pudiera pasar si aceptaran el final prefieren que su vida sea una simulación y no una realidad. (Sí, hay crisis tras las que la experiencia renace, es verdad, pero creo que hay que aceptar que si lo hace es porque se adoptó una forma nueva, porque hay una nueva apuesta, distinta, y una nueva experiencia que se inicia, porque se aceptó el fin de una situación y se logró gestar otra distinta).
- Un país entra en crisis cuando no es capaz de aceptar los cambios de época, cuando tiene un pensamiento que insiste en sostener que lo que está mal no es el país ni el pensamiento si no la realidad misma, a la que describe como defectuosa, realidad que va para donde se le canta en vez de preguntar, que hace lo que le surge en vez de consultar las conveniencias (planteo absurdo pero que vive en las mentes de muchos).
- Un país entra en crisis cuando sigue buscando dar vida a actores sociales que están muertos (peronismo, socialismo, pueblo, oligarquía, etc), cuando pretende poner en duda el enfoque liberal (que es el único de probada eficacia, capaz de producir riqueza social, tal como se muestra en los países más capaces a la hora de eliminar la pobreza), cuando coquetea en su opinión pública con el probado fracaso del ideal de “luchar contra la opresión” y no se da cuenta de que está sobre todo oprimido por su propia idiotez y no por la fuerza de otros.
- La educación entra en crisis cuando quiere creer que el mundo sigue igual, que no existe la tele ni internet, que la información está guardada en la sala de profesores y cuando cree que los valores siguen siendo los que estaban vivos hace 100 años. La educación entra en crisis cuando no es capaz de replantearse el concepto de cultura, y cree que las nuevas generaciones carecen de su propia versión de la misma, cuando cree que su desprecio de las nuevas formas es justificado, que sirve al alto propósito de formar, cuando es en realidad ignorancia de adultos que no saben leer la renovación de la vida.
- La moral entra en crisis cuando quiere seguir diciendo lo mismo que parecía importante en otra sociedad, en otra familia, para individuos con una conformación mucho menos libre que la de hoy. Cuando cree que los mismos valores que tuvieron sentido y utilidad hace 50 o 100 años deben continuar rigiendo nuestras realidades hoy, cuando no se da cuenta de que los valores son en realidad instancias vivas, en movimiento, encargadas de representar y sostener nuevos modos de vida en constante transformación y no imágenes congeladas a las que someterse.
Las crisis señalan un cambio y se resisten a él, lo denuncian como indebido cuando deberían aceptarlo como dado y legítimo. El cambio lo domina todo, y nosotros creemos muchas veces que es meritorio resistirse. Esa lamentable perspectiva hace que perdamos potencia de vida, que despreciemos nuestro propio deseo y creamos que los avances tienen que ver con la seriedad y no con la invención, la osadía, el movimiento, lo nuevo de una realidad que no sabe sino afirmarse a sí misma en un desborde que nos resulta amenazante pero no lo es tanto.
A.Rozitchner
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